He acabado de leer “Sidi, Un relato de frontera”, la nueva novela de Arturo Pérez Reverte (Alfaguara, Barcelona, 2019. 374 páginas.)
Y justo cuando me disponía a publicar un post sobre las lecciones de liderazgo que se pueden extraer de su lectura encontré este post publicado en http://tantoquanto.es/ que titula 10 lecciones de liderazgo en “Sidi. Un relato de frontera”, la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte
Hay en Sidi, además de buena literatura sin pretensión de fidelidad histórica, un apasionante tratado de liderazgo, personalizado en el Cid, jefe de una hueste de guerreros castellanos que sufre, en tierras y tiempo de frontera, destierro de su señor natural el rey Alfonso VI, a quien, pese a todo, se mantiene leal. Una aproximación al difícil arte de la dirección de personas que Pérez-Reverte demuestra conocer a fondo en sus aspectos más auténticos, vitales y cotidianos, tal y como hoy podemos verificarlos en cualquier organización o situación en que esté en juego que las personas libremente compartan y lleven a cabo una misión.
Desvelando el comportamiento de un líder
Todo en Sidi, desde la primera a la última página, es aprovechable en la perspectiva que estoy apuntando. Las situaciones y diálogos que van apareciendo a lo largo de este ameno relato darían para una amplia exposición. También, por supuesto, para un debate abierto, ya que no todo lo que Pérez-Reverte atribuye al estilo de liderazgo de nuestro héroe castellano puede considerarse pacífico, si se trata de trazar el perfil del buen líder, aunque sea con el ineludible condicionante del entorno…
Destaco a continuación las que me han parecido en Sidi las lecciones sobre liderazgo de mayor valor, para lo cual he seleccionado algunos pasajes literales de la novela.
- Liderar es tratar con la naturaleza humana.
El arte del mando era tratar con la naturaleza humana, y él había dedicado su vida a aprenderlo. Pagando por cada lección (pág. 180).
- Se lidera por el ejemplo.
Jamás, desde que guerreaba, había ordenado a un hombre algo que no fuera capaz de hacer por sí mismo. Eran sus reglas. Dormía donde todos, comía lo que todos, cargaba con su impedimenta como todos. Y combatía igual que ellos, siempre en el mayor peligro, socorriéndolos en la lucha como lo socorrían a él. Aquello era punto de honra. Nunca dejaba a uno de los suyos solo entre enemigos, ni nunca atrás mientras estuviera vivo. Por eso sus hombres lo seguían de aquel modo, y la mayor parte lo haría hasta la boca misma del infierno (pág. 58).
- El liderazgo es servicio.
Quien no tiene consideración por las necesidades de sus hombres –repuso tras pensarlo un momento– no debe mandar jamás. Nadie como ellos es sensible a la atención de un jefe (pág. 354).
- Para liderar hay que conocer muy bien a las personas concretas a las que se lidera.
Muño García se había ruborizado de orgullo al verse mencionado. No por el encargo, que era natural, sino porque el jefe de la hueste recordase su nombre. En realidad éste conocía y recordaba el de casi todos ellos. Eso era importante en el oficio de las armas, pues nada alentaba más en mitad del combate, en la dura soledad de matar y morir, que un jefe gritara nombres (pág. 48).
- El liderazgo es cuestión de carácter, de virtudes morales coherentemente vividas.
Humildad:
-¿Nunca estás inseguro, Sidi? (…). –Continuamente (pág. 295).
Lealtad a la conciencia:
Me lo debo a mi mismo -dijo al fin. (…) Hay quienes no se traicionan nunca, aunque en torno se les hunda el mundo. Incluso en la negrura de la noche, cuando nadie los ve… No hay lealtad tan sólida como esa (pág. 263).
Justicia:
-Soy un soldado –protestó. Ruy Díaz se mantuvo impasible. -Hoy sólo eres un asesino. Y muchas cosas dependen de que se haga justicia (pág. 184).
Fortaleza y coraje:
Ser capaz de ponerte de pie entre una lluvia de flechas dando órdenes sin que te tiemble la voz, y que tus soldados te respeten por eso (pág. 262).
- Liderar es comunicar con cada alma, uno a uno, cara a cara.
Tienes que hablarles, había insistido Minaya. Te siguen al destierro por ser quien eres, pero al final tendrás que hablarles. Se lo han ganado con su lealtad y su silencio.
(…)
– Acercaos más.
(…) El jefe de la hueste no era hombre de discursos, aunque podía arreglárselas. Sabía un poco de retórica, pues algo de latín, historia y cuentas había estudiado de muchacho en la casa paterna; pero sobre todo conocía a los hombres tras guerrear durante diecisiete años con ellos o frente a ellos. Sabía que no era lo mismo hablar a cortesanos que a soldados, y que las palabras que se decían bajo techo y entre tapices no eran las mismas que debían usarse espada al cinto y con el viento de la guerra en los dientes (págs. 80 y 81).
- Visión larga, ancha y profunda.
Visión larga:
(…) Ése era su trabajo, pensar y prevenir (pág. 87).
(…) Cuanto más se suda antes de la guerra, menos se sangra en ella (pág. 166).
La guerra era aquello, se dijo Ruy Díaz de nuevo: nueve partes de paciencia y una de coraje. Y más temple era necesario para lo primero que para lo segundo. Más fatigas daba. En diecisiete años de pelear había visto a hombres de valor probado en las batallas, a guerreros temibles, desmoronarse cuando la espera se prolongaba demasiado. Ser vencidos de antemano por la tensión. Por la incertidumbre (pág. 59).
Visión ancha:
Nada de limitarse a mirar: observaba, y Minaya conocía bien su modo de hacerlo. Siempre que se encontraba en el campo, los ojos de Ruy Díaz estudiaban por instinto los accidentes del terreno, su conformación física, los detalles favorables y las desventajas. Aquello no era deliberado sino espontáneo, igual que un artesano veía la obra en la madera antes de tallarla, o un sacerdote adivinaba gloria o condenación en los susurros del penitente. Era una mirada adiestrada en lo militar y hecha para eso. La mirada de águila de un jefe natural. Aquel infanzón castellano no veía, al mirar en torno, lo mismo que veían otros. Sus ojos eran la guerra (pág. 126 y 127).
Visión profunda:
-Solo es importante el final de las cosas. -Es lo que desearías cuando llegue, ¿verdad?… Un final que lo confirme todo (pág. 263).
- El líder transmite fe en la misión y esperanza.
Una batalla perdida, recordó, era sólo una batalla que se creía perdida. Y él se negaba a creerlo (pág. 334).
Haremos lo que se pueda hacer, y también lo que no se pueda. (…) A menudo -dijo- la derrota llega cuando uno se siente inclinado a hacer sólo lo que puede (pág. 290).
Id al combate tanto si es difícil como si es fácil… (pág. 292).
- Liderar también es decidir.
-Decisiones –dijo Ruy Díaz como si pensara en voz alta–. Tomar decisiones y buscar el momento. -‘Yid’. Bien. En eso consiste todo. (…) -Un jefe de guerra ha de tomar una decisión tras otra –dijo– y en eso pasa su vida. Ocupado en esas decisiones y en sus consecuencias inmediatas (pág. 292).
- El líder apela a lo mejor de cada uno e inspira confianza y autoliderazgo.
-Os estaré mirando –dijo Ruy Díaz.
Caminaba a través de la hueste, repitiéndolo una y otra vez. Os estaré mirando hombres. Os veré cumplir como quienes sois. Dadles duro, por mí y conmigo. Acordaos. Tenéis que hacerlo bien, porque os estaré mirando.
(…)
-¡Os estaré mirando! -voceo el jefe de la hueste por última vez.
Después arrimó espuelas y los treinta y dos hombres se santiguaron (pág. 101).
Mi agradecimiento a Jaime Urcelay de “TantoQuanto Liderazgo y Estrategia”por haber permitido la reproducción de su post publicado el noviembre 23, 2019